-¿Sabés? Lo que te voy a contar es verdad.
No era ya usual
escucharla. No sé si porque hablar le aburría o simplemente no tenía ganas de decir
nada. La cosa era así, los silencios llenaban su vida, su alrededor y hasta la
nuestra.
Esa tarde, como
todas, estábamos sentadas en la vereda. Nos habíamos bañado, sacado nuestras
silletas y el mate, como siguiendo un ritual obligado y rutinario. Ella con las
manos cruzadas sobre la falda, miraba la calle donde seguía con los ojos a todo
el que pasara hasta que se perdían en el fondo de la avenida.
De pronto, sin moverse
comenzó de nuevo con voz tenue y pausada como tratando de acostumbrarse de
nuevo al decir.
-¿Sabés? Lo que te voy a contar es verdad.
El sonido de su
voz me golpeó en el pecho. No me anime a interrumpir… capaz por temor a que no
siguiera o la sorpresa de escucharla me lleno de sus silencios…
-Hacía mucho calor y era de siesta. Habíamos ido con
mamá, papá y mis hermanos a la estancia de mis abuelos en Paso de los Libres
casi en la frontera con Brasil. Yo tenía 8 años, Juanita tu tía abuela 7 y el Negrito
5. Éramos chiquitos y ese día teníamos permiso de jugar a la siesta frente a la
casa.
Mientras
contaba. yo seguía cada palabra, atesorándola por lo casi extraña que ya me
resultaba su voz. Hacía más de dos años que había decidido la afonía como
compañera, en realidad comenzó cuando lo enterramos a él.
-Estaban nuestros
primos también, corríamos no recuerdo bien si jugábamos a la mancha o al huevo
podrido, pero sí todavía escucho nuestras risas y gritos. Parece ayer,… ¡pero
eso habrá sido en 1930 más o menos! ¿Sabés? y de eso parece que fue hace mucho…
¿en qué año estamos? ya perdí la cuenta…
-1999, marzo de 1999, conteste mientras le pasaba el
mate.
La mirada se le clavó en una de las
manos, las examinaba dándole vueltas, cerrándolas y abriéndolas. como
queriéndose convencer que eran suyas las arrugas que la cubrían.
-Entonces hace
mucho, si mucho… dijo despacito mientras levantaba la mirada al punto fijo de
ninguna parte para poder seguir.
-Nosotros jugábamos
y reíamos y de repente… fue el Negrito quien lo vio primero y se quedó
mirándolo como embobado. En aquel momento fue cuando nos dimos cuenta que ya no corría y ahí lo vimos nosotros también…
Era lindo y rubio como el sol, tan bajito como nosotros y tenía un sombrero de
paja enoooorrme. Llevaba puestos unos pantalones cortitos y una camisita blanca
y en la mano un bastón chiquito, ¿vos sabés de quien te estoy hablando?
No sabía que contestar. Era tan obvio.
Mamá nos recordaba cada siesta que no saliéramos al patio porque el Yasý nos
podía llevar. ¡Pero esos eran cuentos de mamá! cuentos para que perdiéramos la
costumbre de escaparnos al riacho para apagar el calor del pueblo donde crecimos.
Ahora en cambio era diferente.
-¡No te animás a
decirlo! Ja ja ja bueno no te preocupes vos escuchá…
El corazón se me salía del cuerpo, a esa
altura no sabía si era la sorpresa de escucharla reír, o por verme creyendo su
historia...
-Él mitaí ése,
porque creíamos que era un mitaí, ¸jugaba saltando sobre unos troncos apilados
debajo del eucaliptal que estaba a unos 50 metros de donde estábamos nosotros…
y silbaba ¿sabés? ¡Como silbaba! Nunca más escuche que alguien silbara así. Era
tan dulce y felíz a la vez…
Se quedó por un pequeño instante en un
estado de sosiego como volviendo el tiempo a ese lugar, el de su Corrientes de la
infancia para luego seguir…
-Primero fue el Negrito
el que comenzó acercarse y después Segundo, uno de mis primos, ya se estaban
yendo hacia donde estaba el mitaí que se había sacado el sombrero y en guaraní
les decía –Ejú, ejú… y ellos como encantados lo seguían hacia el montecito.
Sus ojos se cerraban de a poco como
intentando ver de cerca algo que ocurría.
-¡Mercedes! Fue lo
que escuche... Un grito con la voz de papá lejos, allá en la tranquera que cada
vez se acercaba mas al galope de su caballo. Miré de nuevo los troncos y
después hacia la picada que rompía el montecito y ya no lo vi mas. El negrito y
Segundo lloraban desconsoladamente mientras apuntaban hacia el sombrero enorme
que había quedado sobre el pasto. Nadie se animó a tocarlo hasta que
desapareció sin que nos diéramos cuenta, pero ¿sabés? Esto que te conté es
verdad y paso más o menos en 1930, en Corrientes allá en una estancia que era
de mis abuelos, pero de eso parece que fue hace mucho cuando yo todavía era
chica...
Liliana Robles