domingo, 21 de febrero de 2016

El claro del olvido

Creo que en todo el mundo existen lugares como este, lugares olvidados con el tiempo y hasta desterrados de nuestra memoria.

El claro del olvido.

En el claro después de la curva,

donde el monte se prohibió avanzar,

viven las almas de los que se han ido

de los que se negaron a continuar.

Las cruces acostadas, rotas y carcomidas

se esparcen, se mezclan, se olvidan

ya no hay nadie quien las recuerde

porque dicen que también ha muerto, el que las cuida.

Tumbas sin nombres, vidas perdidas

recuerdos de nada y de todo lo que era vida

con cruces podridas, tiradas esparcidas

como las almas perdidas que allí habitan.

Almas que alguna vez, fueron sangre y carne

que sudaron en busca de esperanza

debajo de un sol ardiente de pobreza

que se saciaron en cosechas bien paridas.

Después de la curva, en el claro

  descansan las ánimas de mi tierra

 allí donde el monte no quiso llegar

 tal vez por miedo o deseo de no recordar.
Liliana Robles

El Dueño



El Dueño

Se hace dueño de las madrugadas
porque así se lo han enseñado,
con el mate del pobre, de yerba resecada.
Se siente heredero de su estirpe,
porque la sangre se lo ha gritado
con un machete ajado, con los pies descalzos.
Se vuelve  dueño del monte
porque su alma allí ha nacido
donde el algarrobo anida a las abejas,
los cocos rebosan de cotorras
y la luz mala se esconde cuando es luna llena.
Se vuelve dueño del monte,
porque allí ha nacido, porque su sangre se lo ha contado
cada madrugada, cuando aún no amanece
pero su alma ya ha despertado.
Liliana Robles

Ñangapiry



Hoy un sentimiento guardado en cosas pequeñas-

Ñangapiry

Hojas verdes, repletas de carne

inundadas de aguas perfumadas,

que embriagan mi memoria

con aromas colmadas de infancia.

Hojas brillantes de tiernas remembranzas,

que anidan mas allá de la picada

donde el monte las esconde como tesoro

de tiempos primogénitos nunca pasados.

Hojas tiernas, nido de frutos

colorados, como la sangre de mi gente

dulce y ácida como sus vidas

que transitan en el abandono del presente,

Hojas de Ñangapiry que no olvido

en el destiempo del ava ñeé

que me llaman en sueños y me gritan en este destierro

en la memoria, de todo aquello que fue.
Liliana Robles.

Ñangapiry (Eugenia uniflora):  o, capulí, pitanga, grosella o cereza de Cayena es un árbol pequeño o arbusto neotropical de la familia de las mirtáceas, se encuentra de forma silvestre en las selvas de galería tropicales desde las Guyanas pasando por: Argentina, Brasil, Paraguay. El fruto es una baya oblada, , que vira del verde al naranja y el púrpura profundo a medida que madura.
Avá Ñeé (Guaraní): “La palabra del hombre”, nos permite entrar en el mundo guaraní.  

sábado, 13 de febrero de 2016

El Demonio del olvido



Hoy, por una circunstancia feliz a razón de una pregunta, ¿Cuál fue tu primer escrito, poesía o cuento? recordé a este intento que quisiera compartir con Ud.
El Demonio del olvido
    Como cada día ya al atardecer se sentaba en ese banco frío y apenas hecho en el fondo de la casa donde alguna vez las guayabas y las paltas inundaron el aire con su aroma tan especial. Miraba a su alrededor… algunas azucenas y  campanillas regaban su poca vision o lo que de ella quedaba.  Las manos arrugadas juntas sobre la falda, del mismo batón viejo remendado por todos lados. Los pies descalzos, deformados por los juanetes apenas apoyados en el piso y la mirada perdida en la imagen de su virgencita, carcomida por la lluvia y el sol,  recostada a medio caer en la gruta que ya no sostenía nada más que restos de flores de papeles despintados.
    Sacó mecánicamente su rosario tan viejo como su fé y comenzó a repetir casi ausente sus plegarias eternas… daba gracias por todo, por la vida, los hijos, el amor, por él… ¡Cómo no hacerlo! si en cada rincón de su alma se guardaba un recuerdo… una sonrisa… una lagrima y siempre con él…. Incontables segundos vivídos, sumados en días, en años, en vidas y en muertes pero siempre con su presencia imponente, fuerte e inolvidable.
    Pero ahora... en este instante... su cabecita comenzaba a no recordar, a perpetuar aquello que no quería olvidar, aquello que ni siquiera podía saber exactamente que era… ¡ya todo era igual!, las horas, los días, los meses y lo que siguiera después… él no estaba… sólo quedaba aquel lugar… ese banco frío y olvidado, las plantas casi secas, las guayabas en el suelo podridas... y la virgencita de siempre…
    Cerró los ojos… secos y sin lágrimas, ya no quedaban… por un momento… creyó sentir su mano en el hombro acompañándola con un suspiro, por un instante recordó su figura, su rostro… y apretó los parpados viejos como su vida con más fuerza y pretendió resucitar su nombre, ese que repitió por años de tanto tenerlo… pero no pudo hacerlo… ya no podía… lo había olvidado….
    Entonces… sintió su perfume... olor a pasto y avena… era él… sí él…aquel… el de siempre, él ese que la amó hasta la muerte… Abrió los ojos… ahora todo estaba más claro... y siguió rezando con más fervor…porque ya recordaba… sí era él… su amor, su Dios, su alma.
Liliana Robles