lunes, 7 de marzo de 2016

Los sonidos de la memoria (Sabés)



-¿Sabés? Lo que te voy a contar es verdad.
     No era ya usual escucharla. No sé si porque hablar le aburría o simplemente no tenía ganas de decir nada. La cosa era así, los silencios llenaban su vida, su alrededor y hasta la nuestra.
     Esa tarde, como todas, estábamos sentadas en la vereda. Nos habíamos bañado, sacado nuestras silletas y el mate, como siguiendo un ritual obligado y rutinario. Ella con las manos cruzadas sobre la falda, miraba la calle donde seguía con los ojos a todo el que pasara hasta que se perdían en el fondo de la avenida.
     De pronto, sin moverse comenzó de nuevo con voz tenue y pausada como tratando de acostumbrarse de nuevo al decir.
-¿Sabés? Lo que te voy a contar es verdad.
     El sonido de su voz me golpeó en el pecho. No me anime a interrumpir… capaz por temor a que no siguiera o la sorpresa de escucharla me lleno de sus silencios…
-Hacía mucho calor y era de siesta. Habíamos ido con mamá, papá y mis hermanos a la estancia de mis abuelos en Paso de los Libres casi en la frontera con Brasil. Yo tenía 8 años, Juanita tu tía abuela 7 y el Negrito 5. Éramos chiquitos y ese día teníamos permiso de jugar a la siesta frente a la casa.
     Mientras contaba. yo seguía cada palabra, atesorándola por lo casi extraña que ya me resultaba su voz. Hacía más de dos años que había decidido la afonía como compañera, en realidad comenzó cuando lo enterramos a él.
-Estaban nuestros primos también, corríamos no recuerdo bien si jugábamos a la mancha o al huevo podrido, pero sí todavía escucho nuestras risas y gritos. Parece ayer,… ¡pero eso habrá sido en 1930 más o menos! ¿Sabés? y de eso parece que fue hace mucho… ¿en qué año estamos? ya perdí la cuenta…
-1999,  marzo de 1999, conteste mientras le pasaba el mate.
         La mirada se le clavó en una de las manos, las examinaba dándole vueltas, cerrándolas y abriéndolas. como queriéndose convencer que eran suyas las arrugas que la cubrían.
-Entonces hace mucho, si mucho…  dijo despacito  mientras levantaba la mirada al punto fijo de ninguna parte para poder seguir.
-Nosotros jugábamos y reíamos y de repente… fue el Negrito quien lo vio primero y se quedó mirándolo como embobado. En aquel momento fue  cuando nos dimos cuenta que  ya no corría y ahí lo vimos nosotros también… Era lindo y rubio como el sol, tan bajito como nosotros y tenía un sombrero de paja enoooorrme. Llevaba puestos unos pantalones cortitos y una camisita blanca y en la mano un bastón chiquito, ¿vos sabés de quien te estoy hablando?
      No sabía que contestar. Era tan obvio. Mamá nos recordaba cada siesta que no saliéramos al patio porque el Yasý nos podía llevar. ¡Pero esos eran cuentos de mamá! cuentos para que perdiéramos la costumbre de escaparnos al riacho para apagar el calor del pueblo donde crecimos. Ahora en cambio era diferente.
-¡No te animás a decirlo! Ja ja ja bueno no te preocupes vos escuchá…
      El corazón se me salía del cuerpo, a esa altura no sabía si era la sorpresa de escucharla reír, o por verme creyendo su historia...
-Él mitaí ése, porque creíamos que era un mitaí, ¸jugaba saltando sobre unos troncos apilados debajo del eucaliptal que estaba a unos 50 metros de donde estábamos nosotros… y silbaba ¿sabés? ¡Como silbaba! Nunca más escuche que alguien silbara así. Era tan dulce y felíz a la vez…
      Se quedó por un pequeño instante en un estado de sosiego como volviendo el tiempo a ese lugar, el de su Corrientes de la infancia para luego seguir…
-Primero fue el Negrito el que comenzó acercarse y después Segundo, uno de mis primos, ya se estaban yendo hacia donde estaba el mitaí que se había sacado el sombrero y en guaraní les decía –Ejú, ejú… y ellos como encantados lo seguían hacia el montecito.
      Sus ojos se cerraban de a poco como intentando ver de cerca algo que ocurría.
-¡Mercedes! Fue lo que escuche... Un grito con la voz de papá lejos, allá en la tranquera que cada vez se acercaba mas al galope de su caballo. Miré de nuevo los troncos y después hacia la picada que rompía el montecito y ya no lo vi mas. El negrito y Segundo lloraban desconsoladamente mientras apuntaban hacia el sombrero enorme que había quedado sobre el pasto. Nadie se animó a tocarlo hasta que desapareció sin que nos diéramos cuenta, pero ¿sabés? Esto que te conté es verdad y paso más o menos en 1930, en Corrientes allá en una estancia que era de mis abuelos, pero de eso parece que fue hace mucho cuando yo todavía era chica...
Liliana Robles

2 comentarios:

  1. a mi me gustan mucho las historias y mitos regionales de nuestro pais y sobre todo del litoral y el presente cuento esta muy bien logrado y tiene la virtud de ser breve, acorde con los tiempos que corren donde lo bello necesariamente debe estar unido a lo breve.

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  2. Estoy de acuerdo con las expresiones de Daniel A., tanto en lo bien logrado del relato como en la brevedad. Me parece interesante esa atracción por el ser desconocido, ese silbido y la forma, casi mágica de desaparecer.

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